Una de libro: El Hombre que Hablaba Serpiente

De todas la novelas leídas el año pasado he de destacar la que da título a esta entrada. En un año que hubo sorpresas agradables y en el cual solo se coló un enorme garbanzo negro, destacar esta novela habla por sí mismo. Pero eso, a quién pueda leer esto que no sepa la compañía que ha tenido, no significa nada, tan solo puedo decir que no recuerdo, desde que leí “Meridiano de Sangre” y “Bajo Cielos Inmensos”, una novela que influya tan permanentemente en el pensamiento. Y de eso hace bastantes años. Pero con todo lo que hay que comentar, alargar más esta introducción, sería un crimen.

El Hombre que hablaba Serpiente es una novela río. Es una novela fronteriza o extrema en varios aspectos y por ello aunque en menor medida, es una novela épica. Es muy difícil separarlos en tan breve espacio y con tan poco talento de modo que voy a entremezclar los dos primeros.

El libro abarca la vida, desde la inocente juventud de Leemet hasta el final de sus días. Lamentablemente para él y afortunadamente para nosotros, vive en un momento históricamente límite y fronterizo. Él es el último representante, de un tiempo y una cultura que se extingue y el curioso observador de una transformación histórica, tránsito de una religión pagana al cristianismo (que no recuerdo bien pero nunca llega a nombrarse como tal, aunque es evidente). Como punto intermedio y lo que es más importante, al margen de ambas religiones, el chico, como trasunto de su autor, claramente se posiciona al margen del extremismo porque para el autor solo existe la personalidad individual que se debe ir formando adecuadamente (la figura del tío como maestro, es fundamental) pese a que existan una o más religiones. Menos obvio pero igual de importante es el límite que nos presenta entre una humanidad en armonía con la naturaleza y otra que se está expandiendo a costa de ella en su expansión agrícola. Cito El Gran Calentamiento de Brian Fagan: “[…] la deforestación de Europa durante los siglos cálidos fue una de las más llamativas de la historia. Los bosques franceses se redujeron de 30 a 13 millones entre el año 800 y el 1300[…]” (recomiendo leer de la página 70 a la 74 de ese libro para entender por completo de lo que hablo en relación a este libro). Ambos periodos de transición, el religioso y, en cierto modo, el industrial nos retrotraen a esas fechas de cambio de milenio que en si mismo también suponen un límite temporal. Toda esta serie de concatenaciones (relacionadas) hacen de esta novela un barroquismo de fronteras que de por si, casi resulta lo más mágico y fantástico de ella.

Aunque el libro es un alegato nada panfletista en contra de muchas cosas (la ignorancia, los extremismos, la violencia,…) y no es especialmente sutil en ese aspecto, su carácter de novela de aprendizaje permite al autor que dichos alegatos queden transformados mediante la óptica de la juventud de su personaje. Por ello, los tres primeros cuartos de la novela son mucho más luminosos de lo que cabría esperar teniendo en cuenta la dureza de muchos temas (muerte, incomprensión religiosa y social, aislamiento,…) bajo la mirada sencilla del protagonista y el humor que desprende el autor, unas veces a través de lo ridículo, otras del absurdo. Es un contraste hábilmente buscado que dota de una profundidad y falta de afectación a la novela que solo puedo calificar de magistral.

Aparte de la inteligencia del mensaje y de la forma de exhibirlo y de la bienintencionada (pero no mojigata) filosofía que encierra, hay muchísimas otras cosas, tal vez lo intrínseco de la novela, que la hacen brillar con luz propia:

– Los personajes: da lo mismo que sean principales o secundarios. Es más, como en el buen cine clásico de Hollywood, son estos últimos los que parecen sostener la novela. Ya sean piojos gigantes nadadores, sus criadores momínidos, abuelos venenosos o más convencionales osos rondadores de mujeres, el elenco pone gotas de humor cuando es necesario. y épica. Parece reservarse la tragedia para el ser humano a lo largo de toda la novela como si este no pudiese escapar a si mismo.

Hay que tener en cuenta que parece querer enmarcarse la novela como fantasía épica y hasta en eso los personajes se apartan de de los cánones más habituales. Demos gracias que su autor sabe de primeras que no es necesario hacer una trilogía para que una novela sea épica y en el mismo sentido, no es necesario atiborrar de elementos fantásticos para que se desborde imaginación (de lo más genuina además).

– La vuelta de tuerca en el último quinto más o menos de la novela. Cierto es que el enfrentamiento de un ser único frente al mundo ya resulta de por si bastante homérico (parafraseando a Michaleen Flynn) pero está claro que el epíteto de épico se pega a este relato, al igual que el de trepidante, cuando se desborda la locura. Eso sí, sin perder parte del humor (esos osos…) pese a la negritud de la sinrazón.

Por último quería hacer mención al propio título de la novela: “El Hombre que Hablaba Serpiente”. Pese a filosofías en contra (muy bien razonadas), lo intrínseco de la novela es la importancia de la comunicación para alcanzar algún tipo de concordia. El hecho de que una única persona no sea suficiente para lograrlo es solo parte de la tragedia de esta novela, la otra es la naturaleza del ser humano que parece ser siempre unidireccional, que no puede compaginar diferentes conocimientos que le ayuden a comprender en la medida de lo posible que él no lo es todo en el universo. Es más, la auténtica tragedia que se desprende de la novela, es el olvido. ¿O tal vez no?

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